Seguridad total

Para los que vivimos en la burbuja de la seguridad total, el accidente de un avión y su centenar de muertos es algo entre horrible e increible. Vivimos en un mundo donde damos por supuesto que el autobús que cojemos no se caerá por una pendiente, que la tormenta no se llevará el tejado de nuestra casa, que el ascensor, a lo sumo, se quedará unos minutos parado antes de que vengan a rescatarnos, pero jamás caerá al vacío. Eso sólo ocurre en las películas de los que vivimos dentro de la burbuja … y en la vida de los que no tienen la suerte de ocupar plaza dentro de ella.

Los autobuses vuelcan y se despeñan en Colombia, en Perú, en Camboya, las tormentas se llevan los tejados de la gente en Mozambique, en Haití, incluso en New Orleans, pobres, que se creían que por vivir cerca de la burbuja les iban a dar cobijo. Lo único que no pasa es que no se caen los ascensores, básicamente porque no los hay.

Mi amiga Olga anda por Haití y ya hace semanas que no escribe en su blog. Sigo atentamente en los periódicos las escasas noticias que puedan llegar de allí, país en situación de desastre permanente y aún así intentando vivir. Allí no tienen aviones, ni autobuses, sino una especie de trasnporte colectivo que llaman “tap-tap” que imagino perfectamente por sus primos dominicanos o mozambicanos, y que pienso pariente del de los pica-piedra. No sé si Olga se habrá enterado de lo nuestro terrible accidente, tan sumergida ella en un entorno donde lo terrible no es precisamente un accidente, sino lo cotidiano de un país al borde del aterrizaje de emergencia cada día.