Por debajo de la mujer de medias de rejilla en el polígono o barrio de turno está todo un mundo sordido, violento, vulnerador de derechos humanos, eso casi todos lo perciben. Pero aún más abajo, los millones de euros que genera la trata de personas, las redes de hoteles, pisos, transportistas, anunciantes, intermediarios, lavadoras de dinero, los que miran, los que ponen la mano, los que no la mueven, los que se llevan “lo suyo” … esos no son tan percibidos.
Lo alarmante no es sólo “la punta” del iceberg, lo alarmante es que sus ramificaciones alcanzan al banco en el que meto mi dinero, a la empresa con la que viajo, al periódico que compro, el ayuntamiento que me gobierna y que sólo le preocupa el “orden público” .
El orden del silencio sobre las nuevas esclavitudes, de las que todo el sistema se lleva su cuota. Siempre hacen falta muchos complices para llevar a cabo un genocidio, una explotación en masa. La violencia no es sorda, sordos somos los demás, distraidos, mirando sin querer ver