Aeropuertos

Los aeropuertos son lugares impermeables, resbaladizos. A pesar de todo lo que se genera en ellos, de trasiego de miles de personas trasportando alegrías, penas, tristezas y otros peligrosos materiales de contrabando, nada de ello queda adherido a las paredes, a los suelos, a los cristales.

Los aeropuertos son espacios pulidos de emociones, les sacan brillo a la indiferencia, cada uno transitando con su propia historia, incapaz de dejar huella en un espacio enorme y al tiempo vacío de cosas humanas. Los asientos en las salas de los aeropuertos no son realmente lugares donde descansar, las colas son serpientes atragantadas de bultos, algo trágicas y algo desalmadas, todo ese chorro de personas transportando cosas y más cosas, cuando luego la vida se escapa por los agujeros de los bolsillos.

Pienso que todas esas emociones podrían ser drenadas a un tanque central, recogidas del aire como quien atrapa la humedad y luego, como no, convenientemente recicladas, seleccionando en el cubo amarillo las amarguras y en el azul los encuentros felices. Una eficaz gestión de estos residuos devolvería al aire, en cuidadas dosis, estas vibraciones, para que al menos, la masa humana que allí se amontona pudiera respirar cierto aire de comunidad, de viajeros en el misma estación de tránsito.

Como ocurre en las estaciones de trenes de los cuentos antiguos.